Muchas personas consideran la inteligencia y la discapacidad como opuestos. No obstante, en algunos individuos, ambas características coexisten simultáneamente. Vivir con esta combinación puede resultar desconcertante, no solo para el individuo en cuestión, sino también para quienes le rodean. Estos individuos pueden manifestar una brillantez excepcional en ciertas áreas, mientras experimentan dificultades profundas en otras. Esta contradicción frecuentemente conduce a malentendidos, diagnósticos erróneos o, peor aún, a ser completamente ignorados.
Los individuos que viven con esta identidad dual a menudo exhiben una notable disparidad entre su potencial y su desempeño. Pueden poseer habilidades verbales sobresalientes pero una capacidad de escritura deficiente, o ser capaces de resolver problemas complejos mentalmente pero luchar con la aritmética básica o la gestión del tiempo. Pueden expresarse verbalmente como adultos pero requerir apoyo para organizar sus tareas escolares o seguir rutinas diarias. En ocasiones, pueden concentrarse intensamente en un tema que les apasiona, y sin embargo, encontrar casi imposible completar una tarea que consideran tediosa o repetitiva.
Este perfil desigual puede hacerles parecer inconsistentes. Los docentes pueden elogiar su pensamiento creativo un día y expresar preocupación por su falta de atención al siguiente. Los progenitores podrían no comprender cómo alguien tan perspicaz puede, al mismo tiempo, mostrarse tan olvidadizo o abrumado. Estas contradicciones pueden confundir a los sistemas de apoyo y hacer que el individuo sienta que nadie percibe realmente quién es.
Emocionalmente, pueden ser sumamente sensibles, tanto a sus propios sentimientos como a los de los demás. Muchos experimentan frustración, ansiedad o incluso depresión, especialmente si sus necesidades no son abordadas adecuadamente. El deseo de triunfar puede entrar en conflicto con el temor a ser “descubiertos”, particularmente si han aprendido a ocultar sus dificultades. Algunos desarrollan perfeccionismo, esforzándose constantemente por alcanzar su potencial mientras secretamente temen no ser suficientes. Otros pueden subestimarse intencionalmente, con el fin de evitar la presión o la atención.
A menudo poseen un fuerte sentido de la justicia, una profunda curiosidad y una imaginación vívida. Sin embargo, al mismo tiempo, pueden sentirse fuera de lugar: demasiado diferentes para encajar con sus compañeros y demasiado “complejos” para el apoyo educativo estándar. Esto puede conducir al aislamiento o a comportamientos disruptivos, no por falta de capacidad o voluntad, sino por una sensación de no pertenecer a ningún lugar.
Para verdaderamente apoyar a estos individuos, debemos abandonar el pensamiento en términos dicotómicos. No se trata de corregir un defecto o pulir un don. Se trata de comprender y abrazar a la persona en su totalidad, con sus contradicciones, y ayudarles a construir una vida donde tanto sus talentos como sus desafíos sean respetados. En lugar de obligarles a elegir una identidad, podemos crear entornos que les permitan prosperar tal como son.
Vivir entre categorías puede ser solitario. Sin embargo, reconocer y nombrar esta experiencia es el primer paso hacia la pertenencia. Cuando dejamos de preguntar “¿qué está mal contigo?” y comenzamos a preguntar “¿qué necesitas para crecer?”, empezamos a ver a la persona completa. Y eso, más que cualquier etiqueta, es lo que hace que la inclusión sea real.